Ella era una chica complicada, pero se quería demasiado. Algunas
no la entendían, otros la tacharon de insensible.
Estaba acostumbrada a observar y veía lo que se cocía a su
alrededor. Algunas cosas estaban normalizadas por los especímenes de su
entorno, sin embargo a ella la horrorizaban. hasta que un día tuvo claro lo que
quería ser y lo que no, lo que quería para ella y lo que no le desearía a
nadie.
Descubrió que querer no es igual a dolor. Se dió cuenta de
que ella, era valiosa y que nadie jamás llegaría a merecer una lagrima suya.
Pensaba que, quién iba a ser el que la salvase de no caer por la pendiente sino
ella.
Era feliz queriéndose a ella misma por encima de todo.
Pero un día llegó alguien a su vida que decidió hacerle la competencia. Se dió cuenta
de que hay personas que te hacen sentir aún más especial de lo que ya te considerabas
y eso fue realmente increíble para ella. Así fue, se enamoró de aquel competidor
con el que compartió momentos que nunca antes había experimentado, me atrevería
a decir que le confió su vida, se confió a ella misma.
A pesar de prometerse a sí misma no idealizar,
fue inevitable. Nunca había sentido aquello y quiso dejarse llevar. Él era
suelo, y a ella no le importaba deslizarse y romperse la cara por él.
Rescataron juntos vistas y lunas preciosas. Conoció el echar de menos de verdad
a alguien y, aunque a veces le tuviera a kilómetros de distancia, encontró la
manera de sentirle sin tocarle. Llegó a sentarse desnuda sobre él mientras dejaba
volar los recuerdos, recorriendo cada centímetro de su espalda... o se dedicaba
a escribir concentrada sobre ella un pedacito de ella misma. Cerca o lejos… los
sentimientos estaban a flor de piel.
Era tanto lo que apostaba, y tanto lo que
esperaba, que tarde o temprano la realidad le iba a dar la primera
llamada de atención. Y rompió su promesa, las lágrimas cayeron.
Siguieron cayendo y siguieron los enfrentamientos con la
realidad y sus dilemas internos de lo que ella esperaba, y lo que recibía. Lo
que ella creía merecer y lo que obtenía. No sabía lo duro que podía llegar a
ser esperar de alguien lo mismo que ella daría y que esa espera a veces fuera
eterna. No sabía lo mal que podía llegar a sentirse cuando la persona que más
quería no la hacía sentir tan valorada como ella misma se consideraba, ni lo
doloroso que era cuando los malos momentos empezaban a pesar sobre los buenos o cuando a veces llegaba a sentirse tan sola estando acompañada.
Pero hubo un momento en el que pensó que esas peleas
internas únicamente se las creaba ella. Que siempre se prometió no aguantar lo que
no creía merecer. Que alguien algún día le haría sentir como ella es en
realidad y fue por eso por lo que pasó tanto tiempo queriéndose y conociéndose a
sí misma, esperando sin buscar a la persona adecuada. Cualquier persona tiene
motivos para ser exigente con lo que quiere en su vida, porque como dicen por ahí:
Todos aceptamos lo que creemos merecer.
Lleva 22 años prometiéndose ser feliz por ella misma, sin
confiar su felicidad a una sola persona que, un día, de repente, evolucione de manera distinta llegando a ser lo que no
esperaba. Sólo desea que llegue el día en el que tenga que soplar 30 velas
sobre una tarta y no pedir ningún deseo, porque cada detalle que le ha regalado
a la vida le haya pasado su factura.